Amelia
Mary Earhart nació el 24 de julio de 1897 en Atchinson
(Kansas, Estados Unidos). Fue la primogénita de Edwin
Stanton, abogado, y Amy, quien, tras haber sufrido un aborto
en su primer embarazo, regresó a casa de sus acaudalados
padres para dar a luz a su primer bebé. Amelia, a la
que familiarmente llamaban Millie, fue la niña mimada
de sus abuelos que la colmaban de lujos y regalos. Dos años
después nació su hermana Muriel, apodada Pidge.
Mientras su padre intentaba abrirse camino en la abogacía,
Amelia empezó a estudiar en escuelas elitistas, donde
dejó ver su carácter travieso: le gustaba disparar
a las ratas con rifle, deslizarse en trineo o subirse a los
árboles y coleccionaba recortes de revistas de mujeres
que hubieran destacado en actividades tradicionalmente destinadas
a los hombres. Al fracasar como abogado, su padre aceptó
un trabajo como ejecutivo en la compañía de ferrocarriles
de Des Moines, en Iowa, pero las niñas continuaron al
cuidado de su abuelos. Una vez que Edwin y Amy encontraron un
hogar decente, sus hijas se fueron a vivir con ellos. A los
10 años vio en una feria su primer avión, un aparato
que en sus memorias recordaba como “una cosa hecha de
cables oxidados y madera, nada interesante”. Al poco tiempo,
Edwin cayó en el alcoholismo y empezó a descuidar
a su familia. Le echaron del trabajo y, debido a los problemas
económicos, Amy y sus hijas se mudaron en 1914 a casa
de unos amigos en Chicago. Pero Amy logró que sus hijas
siguieran estudiando en institutos de pago gracias al dinero
que sus padres habían dejado para ellas.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Amelia ejerció
como enfermera voluntaria en un hospital militar canadiense
hasta el armisticio en 1918 y, posteriormente, trabajo como
asistente social en Boston. “Tras aquella experiencia
me di cuenta por primera vez de lo que significaba aquella guerra.
En lugar de nuevos uniformes lo único que vi fue el resultado
de cuatro años de terror hombres a los que les faltaban
las piernas o los brazos, tetrapléjicos o ciegos”,
explicaba a sus allegados. En 1919, se matriculó en la
Universidad de Columbia (Nueva York) pero dejó sus estudios
al año siguiente para reunirse con su familia en California.
Acompañó a su padre a un espectáculo aéreo
en Long Beach y quedó tan impresionada con la exhibición
que no paró hasta conseguir que un piloto la subiera
en un biplano con el que sobrevoló Los Ángeles.
“Nada más despegar, al ver todo aquello a mis pies,
me dije a mi misma que algún día yo tendría
que volar”, recordaría años más tarde.
Se enteró de que la piloto Anita Snook daba clases y
se apuntó al curso.
A los pocos meses compró su primer avión, al que
bautizó como “El Canario”. Tras sufrir varios
accidentes, su instructora le dijo que no tenía la destreza
suficiente, opinión que compartirían a lo largo
de su vida algunos de sus compañeros. Pese a ello, en
octubre de 1922 consiguió su primer record de altitud
al volar a 14.000 pies de altura. Un tanto desalentada por la
falta de apoyo, vendió su avión, abandonó
momentáneamente la aeronáutica y se compró
un coche al que llamó “El peligro amarillo”
con el que cruzó el país junto a su madre hasta
llegar a Boston. Allí se afilió a la Asociación
Aeronáutica Nacional e invirtió parte de sus ahorros
en la construcción de un aeropuerto con varias pistas
de aterrizaje, vendió aviones Kinner y promocionó
la aviación entre las mujeres. Su nombre empezó
a aparecer en la prensa del país y el Boston Globe la
catálogo como una de las mejores pilotos de Estados Unidos.
Un editor de Nueva York llamado George Palmer Putnam, ávido
por conseguir historias interesantes, contactó con el
capitán H.H. Railey para ver si sabía de alguna
mujer que quisiera ser la primera en cruzar el Atlántico.
Railey llamó a Amelia, a la que llamaba lady Lindy por
su gran parecido físico con Charles Lindbergh, otro pionero
de la aviación, y así fue como el 3 de junio de
1928 Amelia se subió a un trimotor Fokker -pilotado por
Wilmer Stultz y el mecánico Louis Gordon-, que cubrió
los 3.200 kilómetros que separan Terranova de Gales.
Amelia acaparó la atención de la prensa y publicó
el ”best-seller” “20 horas y 40 minutos”.
Se hizo tan famosa que apareció en las portadas de muchas
revistas, los fabricantes querían que promocionaran sus
productos, fundó una compañía de fotografía
y fue columnista en un diario. George, que se había enamorado
de la aviadora, se divorció para casarse con ella en
1931. Tras la boda, Amelia conservó su apellido de soltera.
Obsesionada con volar, quería sentirse libre y pronunció
entonces su frase más famosa: “La vida es algo
más que ser un pasajero”. Así, entre el
20 y el 21 de mayo de 1932, se convirtió en la primera
mujer en realizar en solitario la travesía del Atlántico,
un hito que no se había repetido desde el vuelo de Charles
Lindbergh, cinco años antes. Bautizada como “la
novia de América”, aprovechó su fama para
crear su propia marca de ropa, fue editora asociada de la revista
“Cosmopolitan” y, por su entusiasmo y optimismo,
se convirtió en el símbolo del espíritu
americano. Además de alcanzar una nueva marca de velocidad,
fue la primera mujer condecorada por el Congreso de EEUU con
la Cruz Distinguida de Vuelo y se hizo íntima amiga de
la esposa del presidente, Eleanor Roosevelt. Feminista convencida,
creó la organización de mujeres piloto “Noventa
y Nueve”, siguió realizando vuelos a lo largo y
ancho de su país y promovió el uso comercial de
la aviación. Gracias a su tesón, logró
numerosos récords como volar sin escalas entre México
DF y Nueva York en 14 horas o realizar en solitario la difícil
travesía entre Honolulu y Okland (California), en la
que habían fallecido anteriormente una decena de pilotos.
Amelia tuvo una historia de amor con Eugene Vidal, padre del
escritor Gore Vidal y miembro de la denominada aristocracia
americana, y corrieron rumores sobre su supuesta bisexualidad.
Ni una cosa ni la otra rompieron su matrimonio. Fiel a la creencia
de que “las mujeres deben intentar hacer las mismas cosas
que han hecho los hombres y, si fracasan, su fracaso debe ser
un desafío para otras mujeres”, en 1937 se marcó
un nuevo reto. Junto al copiloto Frederick J. Noonan, decidió
dar la vuelta al mundo siguiendo la línea del Ecuador,
una ruta diferente a la habitual. Iniciaron el viaje el 1 de
junio desde Miami hasta Sudamérica y, desde allí,
a África para luego seguir a las Indias Orientales. Recorrió
33.000 kilómetros en 30 días pero en la penúltima
etapa el avión desapareció el 2 de julio en medio
de un fuerte temporal. Su marido removió cielo y tierra
para encontrarla con vida y el presidente Roosevelt envió
66 aviones y 9 barcos en busca de la aeronave. A las dos semanas
se suspendieron las labores de rastreo y un año más
tarde la dieron por muerta, pero llegó a publicarse que
había sobrevivido y adoptado la identidad de Irene Bonlam,
una banquera neoyorquina que se parecía mucho a ella
y que desmintió tales informaciones. George publicó
un libro basado en el diario del último viaje de su esposa.
Hace unos días se ha estrenado “Amelia”,
película basada en la vida de esta mujer, encarnada por
Hillary Swank, con Richard Gere (George R Putnam) y Ewan McGregor
(Eugene Vidal).
VÍDEOS DE Amelia Mary Earhart
A continuación podemos ver un vídeo de Amelia Mary Earhart :