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Francisco de Aldana



BIOGRAFÍA DE Francisco de Aldana:

Nombre real: Francisco de Aldana
Profesion: militar y poeta.
Nacimiento: 1537 ó 1540.
Lugar de Nacimiento: Nápoles


La lírica española renacentista está dominada por algunos de los más hondos y exquisitos poetas de toda nuestra historia literaria: Garcilaso de la Vega, Fray Luis De León o San Juan de la Cruz. Colocar junto a ellos el nombre de Francisco de Aldana probablemente llenará de extrañeza a la mayoría de lectores: se trata de un perfecto desconocido. Cernuda, el no menos exquisito poeta del 27, vería en este olvido una prueba más del sino fatal que llevó a la pérdida de la mayor parte de la obra del poeta y a su propia muerte en edad temprana.

No se conoce con absoluta exactitud el lugar del nacimiento de D. Francisco de Aldana. El estudioso extremeño Rodríguez Moñino piensa que vino al mundo en Alcántara aunque no aporta al respecto ningún documento o testimonio objetivo. La mayoría de críticos -siguiendo a Elías Rivers- se inclina por situar el nacimiento de Aldana en Nápoles y en el año de 1537, ya que su padre, Antonio Villela de Aldana, estaba al servicio del Duque de Alba, D. Pedro Álvarez de Toledo, a la sazón Virrey de Nápoles. La raíz de la familia, no obstante, estaba en Extremadura, en concreto en la villa de Alcántara. La polémica que subyace en el fondo de estos datos se centra en saber si Aldana puede ser considerado un poeta extremeño o no, teniendo en cuenta, desde luego, que nuestro autor nunca hizo literatura extremeña. Físicamente, parece muy improbable que pudiera nacer en Extremadura, pero de lo que no cabe duda es de que su familia era extremeña. En todo caso, como dice Pecellín Lancharro, tantas cosas nos han robado que no resulta delito grave el riesgo de atribuirnos algo sin certeza absoluta.

La etapa de formación de nuestro poeta no iba a transcurrir, sin embargo, en la meridional Nápoles, sino en la culta Florencia. En efecto, en 1540, Cosme I, Gran Duque de Toscana, requiere a su lado la presencia de Antonio Villela Aldana a quien se entrega el mando de la fortaleza de Liorna (1546) y de San Miniato (1554), castillos que dominaban la ciudad del Arno. La Florencia en que transcurre la Juventud de Aldana ha perdido, en parte, su hegemonía humanística y literaria, no obstante sigue siendo un enclave excepcional para la formación de un poeta del siglo XVI. Formación que, sin duda, se basó en el conocimiento de la cultura clásica, en el estudio de los grandes poetas italianos y en la comprensión de los humanistas del Renacimiento: Marsilio Ficino, Pietro Bembo o León Hebreo. Es aquí, en Florencia, donde Aldana, aún muy joven, inicia su andadura poética, en italiano y en español, bajo el influjo de Benedetto Varchi. Fruto de ella son las Octavas de un verso español y otro toscano.

Tiempo más tarde, en una carta poética escrita desde el horror de Flandes a su hermano Cosme, el miembro de la familia con quien más trato tuvo, recordará Aldana, idealizados, aquellos años vividos en Florencia junto a sus amigos de juventud, dedicados al dulce juego del amor galante y de la creación literaria. Se trata de un texto que se encuadra dentro de la tradición de epístolas literarias. La realidad innegable es que los versos de Aldana están plagados de referencias a su propia vida y más en concreto a su experiencia militar. En otra larga carta poética a otro amigo llamado Galiano, pinta Aldana uno de los cuadros más vivos y expresivos que se han hecho sobre la actividad militar. Sin duda, el poeta vertía en esos versos toda su experiencia de curtido soldado.

Siguiendo la tradición familiar, Aldana abraza, hacia los quince años, la carrera militar. Ya hemos visto, en efecto, cómo su padre era soldado de profesión, aunque la mayor parte de su carrera la desempeñó en tierras de Italia. Pero también su tío Bernardo De Aldana brilló en el oficio de las armas: según Cosme, fue Maestre de Campo de Infantería Española y general de artillería, que murió sobre los Gelves y que, además, se halló en grandes cosas en servicio del Emperador en Italia, Alemania, Francia, Hungría y África.

Era, pues, casi natural que el jovencito Francisco de Aldana siguiera los pasos de sus familiares. La vida militar de Aldana, como la de cualquier otro soldado español de la época, fue sumamente agitada. Parece que recibe su bautismo de fuego en la famosa batalla de San Quintín, luchando contra los franceses. Después sabemos que, con el grado de capitán, fue nombrado lugarteniente de su propio padre en la fortaleza de San Miniato, defensa clave de la ciudad de Florencia.

Sin embargo, la rebelión de los Países Bajos va a significar el fin de la etapa italiana de Aldana. La dura vida militar alejará a nuestro capitán definitivamente de Florencia y de su propia familia. En efecto, el rey Felipe II va a enviar a Flandes lo más florido de las guarniciones españolas que se encontraban en Italia con el fin de sofocar la rebelión flamenca. Aldana llegará a las provincias rebeldes con los Tercios que manda don García de Toledo.

Francisco de Aldana, en un principio, va a actuar como camarero del Duque de ALBA, con quien tuvo una relación confiada y estrecha y a quien admiraba como militar y guerrero. Pero además, según comunica el propio poeta en un memorial dirigido a Felipe II, participó en la campaña como capitán de infantería española... y diversas veces en Holanda gobernador de compañías así españolas como valonas y alemanas con cargo de la artillería de Vuestra Majestad en baterías que allá se ofrecieron.

Sin duda, la experiencia de la dureza y crueldad de esta campaña debió calar hondo en el espíritu de Aldana, que en un poema titulado Pocos tercetos escritos a un amigo, contrapone la vida fácil, agradable y un tanto vacía del cortesano con la existencia ardua y llena de peligros del soldado; es decir, con su propia existencia.

En 1571 es licenciado y llega por primera vez a Madrid en el momento en que se preparaba la segunda expedición contra los turcos, tras la victoria de Lepanto. Aldana se alista en el ejército de Don Juan de Austria con el importante grado de sargento mayor. Las malas condiciones meteorológicas y las disensiones entre los coaligados hicieron fracasar aquella empresa marítima, pero no hubo descanso para el soldado y poeta Aldana. En Flandes, la situación volvía a ser crítica y, desde Italia, con las tropas de socorro que llegan como refuerzo, Francisco de Aldana se incorpora nuevamente a los tercios del Duque de ALBA.

Interviene, al menos, en dos acciones bien conocidas. La primera fue el sitio de Harlem en la que asistió -tomamos de nuevo las palabras de Lara Garrido- a la serie de ataques en que la porfía de unos y la obstinación de otros no cedió mientras hubo medios para sustentarse. Horrendas y espantables cosas, ejemplos de valor, de piedad, de coraje relatan los historiadores de este sitio en el que ninguno de los elementos estuvo ocioso y el frío, el trabajo, la muerte disminuía el ejército, hasta que en julio de 1573 fue alcanzada esta victoria tan trabajosa y que tanto a la nación española costó que poco menos se diera lo ganado por lo pedido.

Todavía combate Aldana en el sitio de la ciudad de Alkmaar (Alquemar), actuando como General de la artillería. Con la llegada de los primeros fríos, los rebeldes inundaron las tierras rompiendo los diques de contención, y el ejército español debió levantar el sitio. Al fracaso de las armas españolas se unió su propia desgracia, ya que fue herido de gravedad, lo que le obligó a estar inactivo durante siete largos meses. Quizás para hacer más llevadero el largo tiempo de la convalecencia escribió Aldana unos versos humorísticos en los que dialogan la Cabeza con el herido Pie. Ambos se echan mutuamente la culpa de la desgracia.

Pero la situación anímica de Aldana va a experimentar un cambio profundo: las secuelas de la herida de guerra, los primeros fracasos de las tropas españolas, la intriga y corrupción que ha visto en la corte española de Bruselas y el hecho de que su amigo y protector, el Duque de Alba, sea sustituido por Luis Requesens -que lo relega a tareas menores- hacen que el viejo soldado, desengañado, solicite ser enviado a España. Esta situación anímica de frustración queda perfectamente reflejada en la Carta para Arias Montano, erudito y humanista extremeño a quien Aldana debió de conocer durante su estancia en Flandes.

Sin embargo, y por causas desconocidas, aún tendrá que permanecer dos años más en los Países Bajos. Son unos momentos angustiosos para los Tercios españoles. Los soldados, a quienes no se paga con puntualidad, promueven una serie de violentos amotinamientos, y las deserciones y abandonos son constantes. Culminación de estos desórdenes fue el conocido saqueo de Amberes en 1574. Ante esta delicada situación Requesens va a utilizar a Aldana como negociador, debido al alto concepto que tenía entre la tropa. Parece que la misión, en principio, tuvo éxito, aunque Francisco de Aldana no se engaña sobre la realidad de la situación, y así nos habla de la reliquia de la soldadesca cansada acompañada de las heces de la infantería amotinada. Su diagnóstico era sumamente acertado. De hecho, el ejército español casi llega a desaparecer en Flandes. Dos años más tarde, con la llegada de D. Juan de Austria, habrá que iniciar una auténtica reconquista del territorio.

Por fin se le concede la licencia a Aldana y emprende el viaje destruido y dispuesto a abandonar la vida militar porque -según dice- el hábito de mi soldadesca ya se rompió y me será fuerza procurar otro de más siguridad. Nuestro poeta se encuentra en una encrucijada vital y atraviesa una profunda crisis existencial. Sin embargo, probablemente por influencia del Duque de ALBA, se le encarga, aunque de forma provisional, la fortaleza de San Sebastián, considerada como de primera categoría.

Pero no llega el descanso para Francisco de Aldana. El rey Don Sebastián de Portugal había solicitado ayuda a Felipe II para conquistar el norte de África (reinos de Fez y Marruecos). El monarca español, queriendo tener información de primera mano, va a encargar a Aldana una peligrosa misión de espionaje sobre dichos reinos. Así que el poeta, disfrazado de mercader judío y con la ayuda de un aventurero llamado Diego de Torres, se infiltró en aquellos territorios hostiles de donde volvió con la salud muy quebrantada pero trayendo los datos e informaciones que se le habían solicitado.

A partir de este momento las cosas se precipitan y nuestro poeta y capitán -como los héroes clásicos- se verá abocado a un destino inexorable del que no sabe o no quiere huir. Tras unos días de descanso en Madrid, Aldana sale hacia Portugal con instrucciones muy claras de Felipe II para que hiciera desistir al rey lusitano de su sueños africanos. Según los historiadores, Aldana presentó la empresa como mucho más dificultosa de lo que él pensaba. Pero, asombrosamente, Don Sebastián convence al español y entre ellos surge una corriente de mutuo entendimiento que el propio Aldana nos refiere con estas palabras: Tengo hablado tres veces a Su Majestad, el cual me tiene lleno de amor y admiración porque jamás creí ver en tan pocos años tanto entendimiento y destreza en las preguntas que me ha hecho sobre mi comisión, discurriendo por ellas tan soldadescamente que ha sido menester abrir los ojos y las orejas para entenderle y responderle. Guárdele Dios y proporcione su poder a su valor, que es el que tiene menester la soldadesca cristiana para levantarse del abismo a do va cayendo. Cuando sale de Portugal -nos relata Sebastián de Mesa- el rey le despidió con muchas caricias y a la partida le dio una cadena de oro de mil ducados de peso y tomó la palabra de que a su tiempo le había de acompañar en esta jornada.

¿Qué magia había puesto en juego Don Sebastián para hacer cambiar el parecer de Aldana? En realidad, ninguna. Los sueños de expansión africana del rey portugués coincidían plenamente con el pensamiento político y religioso de Aldana: la obligación de un rey cristiano era la de doblegar al turco y la de extender la religión de Cristo por todo el mundo.

Iniciada la expedición por Don Sebastián, Aldana se une al ejército portugués ya en tierras africanas. La preparación y disposición de las tropas lusas no satisfizo en absoluto al experimentado soldado que era Francisco de Aldana que, en vista de las circunstancias, tuvo por segura la derrota del ejército cristiano y su propia muerte. Tan negros presagios se cumplieron al pie de la letra. Un cronista de la época refiere que, al ver a parte del ejército portugués huir en desbandada, con un lastimoso grito, dijo: ¡Oh, terrible obligación!, recordando la que había contraído con el rey portugués. Y, en efecto, allí, en la batalla de Alcazarquivir, muere Francisco de Aldana el 4 de Agosto de 1578. Un testigo presencial, Juan de Silva, narra así los últimos momentos del poeta: Había peleado hasta entonces muy bien y dado muestras de gran corazón; después me dicen que se tornó a engolfar, y le mataron [...]. Y con la espada en la mano tinta de sangre se metió entre los enemigos haciendo el oficio de tan buen soldado y capitán como él era.

Cuando murió, Aldana tenía cuarenta y un años de edad. No mucho tiempo antes, otro altísimo poeta fallecía en parecidas circunstancias: se llamaba Garcilaso de La Vega. Precisamente, la gran calidad de los versos de Aldana junto con el enorme prestigio adquirido en el campo de batalla conforman desde muy pronto la imagen arquetípica del poeta-soldado o del soldado-poeta. De hecho, Aldana encarna de forma admirable el tópico renacentista de la pluma en una mano y la espada en la otra. Así, al menos, lo vieron sus contemporáneos, como quedó acuñado en los versos reseñados de Lope de Vega, en los que elogia tal pluma y tal espada castellana.

La trayectoria poética de Francisco de Aldana.

Los comienzos poéticos de Aldana tienen dos referentes temáticos muy claros: el amor y el mundo mágico de la mitología clásica. Esto es lógico si tenemos en cuenta el ambiente florentino -italiano, en suma- y humanístico en el que nuestro poeta se abre al mundo de la creación literaria. La Fábula de Faetonte muestra de modo ejemplar el acercamiento de Aldana a lo mitológico. Se trata de una extensa (1214 versos) y compleja recreación del mito de Faetón, hijo del Sol, que se apoderó del carro de su padre con el que estuvo a punto de provocar una catástrofe. Zeus, enojado, lo fulminó. Compuesta en verso suelto, Aldana no se limita a un simple ejercicio de imitación de la leyenda, sino que aporta novedades tanto en la construcción del poema como en el universo significativo del mismo.

Pero es, quizá, en su poesía amorosa donde Aldana emerge como poeta original. Su lírica amatoria, en efecto, está llena de una fuerza y una frescura que no eran tan comunes en la poesía española de la época. Porque nuestro poeta no se limita a cantar al amor como hondo sentimiento humano, desde una perspectiva petrarquista y neoplatónica, -cosa que también hace- sino que va a presentarlo además como el ímpetu dulcísimo lascivo que impele a los amantes a trabarse en la dulce guerra, en amorosa lucha encadenados. En estos poemas aparece un Aldana juvenil y gozoso ante la exaltación del amor, autor de versos llenos de cálida sensualidad y hedonismo. El tópico renacentista de la belleza femenina, que el poeta sin duda había interiorizado en su juventud florentina, despliega todo su encanto en estos sonetos amorosos llenos de erotismo y traspasados por el gozo de vivir. Aldana, en un hermoso soneto, utilizó a Venus y a Marte para ejemplificar la fuerza absoluta de un simple beso encarecido capaz de aplacar a los mismos dioses.

En la epístola a su amigo Galiano, habla Aldana de los amantes como de dos que buscan / los cuerpos convertir, como las almas, / uno en el otro y ser nuevo andrógino Pero esta unión total es posible entre las almas, pero el cuerpo –el velo mortal— impone unos límites físicos que nos es imposible traspasar. La frustración que supone esta imposibilidad de fundirse físicamente en uno con la persona amada la expresó Aldana en uno de su más hermosos sonetos, el de Damón y Filis, en el que utiliza una expresiva comparación para significar el anhelo amoroso de unión total: el agua que penetra hasta el último resquicio de la esponja.

Se habrá observado que en los sonetos anteriores la mujer tiene un papel tan activo, al menos, como el hombre en el juego amoroso. No estamos, pues, ante la dama petrarquista, distante y siempre situada en un plano superior al poeta y cuya vida “llena de luz” o “anega en la tristeza” según varíen sus sentimientos. Realmente, en estos textos aldanescos lo que se muestra es la igualdad entre hombre y mujer a la hora de compartir los goces y sufrimientos del amor. Dicho esto, hay que señalar que Aldana compuso también poemas enraizados en los motivos más tradicionales de la lírica petrarquista, en los que rastreamos, entre otros, el tema de la ausencia, el amor como muerte vivificadora, el efecto que la presencia / ausencia de la dama obra sobre la naturaleza, etc.

Otra novedad formal presente en los sonetos amorosos de Aldana es la utilización del diálogo entre los amantes como vehículo expresivo de los distintos sentimientos, anhelos y percepciones. En el universo amatorio del poeta, hecho de besos, caricias y abrazos, aparece la palabra, a veces como contrapunto doloroso del luminoso mundo erótico. Pero, en otras ocasiones, el diálogo lo que hace es mostrarnos la honda unidad afectiva de los amantes. Tal es el caso del soneto en el que las respuestas de Tirsis parecen un eco dolorido de las palabras lastimeras de la pastora Galatea.

En la poesía petrarquista, si bien la ausencia de la persona amada engendra sufrimiento, éste queda mitigado por la firme convicción de que la distancia nada puede contra el amor mientras la imagen del ser amado permanezca grabada en la hondura del alma del amante. Sin embargo, como ya hemos visto, la concepción del amor para Aldana es mucho más totalizadora: el que ama necesita amar con el espíritu, pero también con el cuerpo, de aquí que la ausencia del ser amado suponga para los amantes una tragedia próxima a la muerte.

Pero al mundo ideal de la mitología y al luminoso universo del amor, que emergen en los versos que Aldana compuso en su juventud, en la hermosa ciudad de Florencia, rodeado de su familia y de los amigos queridos, le va a suceder muy pronto la amarga realidad de su vida en Flandes, enfrentado al cruel destino de la guerra, de las heridas propias y de la pérdida de los ideales. Este proceso va a producir en el soldado Aldana una profunda crisis existencial que, en opinión de José Lara, el poeta va a superar en la conjunción de la Acción y la Contemplación.

La Acción va a ser para Aldana la entrega al oficio militar que le obliga a cubrir su cara de honroso sudor, a teñir el brazo de sangre enemiga y a enfrentarse día a día a la posibilidad de una muerte honrosa. Por su parte el proceso contemplativo -mucho más íntimo y doloroso- se hace con frecuencia patente en los versos que Francisco de Aldana va hilvanando en esa época. Se trata de una poesía metafísica que a veces quiere acercarse al misticismo y que, en todo caso, produce algunos de los mejores versos de Aldana. Por lo que tiene de desengaño, parece que el poeta y hombre Francisco de Aldana esté ya mirando al Barroco.
La exploración interior del poeta se inicia con el reconocimiento de la situación en la que íntimamente se encuentra. Sin embargo, en el soneto Tras tanto andar muriendo podemos observar que Aldana entrevé una posible salida a su angustiosa situación. Previamente, sin embargo reconoce con humildad su propia culpa y muestra su profundo arrepentimiento tras tanto error del buen camino.

Es decir, Aldana adopta la firme decisión de apartarse del mundo y entregarse a la sola búsqueda de Dios. Ciertamente que es sorprendente -al menos desde nuestra perspectiva actual- que un hombre educado en los refinamientos del humanismo italiano y entregado durante largos años a una guerra sobre la que afirmaba que con ira ardiente había derramado sangre rebelde, tome una decisión semejante. O quizá dicha resolución venga precisamente determinada por sus intensas vivencias precedentes. Es difícil determinarlo.

Aldana, como tantos otros sentimientos y experiencias, plasmó sus vivencias religiosas en versos hondos, muchas veces desengañados, pero siempre llenos de esperanza en el reencuentro con Dios. Son los textos que constituyen lo que podríamos llamar su poesía religiosa, henchida toda ella de la esperanza de hallar en el Creador lo que el amor y la acción militar ya no pueden darle. Precisamente dentro de su poesía religiosa y contemplativa se inscribe la obra que, unánimemente, la crítica ha señalado como la mejor creación de Aldana: la Carta para Arias Montano sobre la contemplación de Dios y los requisitos della. En opinión de Luis Cernuda, el poeta del 27 que admiró profundamente a Francisco de Aldana, se trata de una obra singular donde queda consignada enteramente la experiencia vital y espiritual de un poeta.

He aquí a grandes rasgos la creación literaria de Aldana, poeta a veces irregular pero en cuyos mejores versos -como reconoce Cristóbal Cuevas- brilla la tersura de ritmo, el acierto en la elección de voces, la contención retórica, el buen gusto en la adjetivación y tropos, y un dominio de su reducida, pero selecta, panoplia métrica….

Como hemos podido observar, Aldana recorre un largo camino espiritual que parte del gozoso erotismo italianizante, pasa por la vida heroica del soldado y termina en la renuncia de todo lo que no sea Dios. Por eso en la vida, y en la poesía de Aldana hay tres grandes pasiones: la mujer, España y Dios. Y esta afirmación, que parece un tópico, responde a la realidad de su vida y a la realidad de sus versos.

Porque la poesía de Francisco de Aldana tiene una cualidad por encima de todas: su sinceridad. Entre sus versos y su vida no existe contradicción. Más aún, una gran parte de sus composiciones hunden sus raíces en la experiencia vital del hombre y del soldado Aldana. Por eso, en muchos de esos versos sentimos latir la desesperanza, el amor, la amargura, el ansia de Dios, la soledad, la amistad, la dignidad, en suma, de un hombre de carne y hueso que no eludió su destino -trágico o glorioso según el punto de vista desde el que se lo considere- sino que lo afrontó con los ojos bien abiertos. No es, pues, de extrañar que Karl Vossler diga de él que fue poeta extraño y apasionado, libre de toda ambición literaria y, en lo más profundo de su corazón, un solitario ajeno al mundo en que vivía.

Digamos, finalmente, que la figura humana y poética de Aldana es el más acabado ejemplo del cambio de sensibilidad que se produce en España entre dos momentos bien distintos del siglo XVI: el reinado de Carlos I y el reinado de su hijo Felipe II, entre los que transcurrió su vida. Desde el gozo de vivir, impregnado de sensualidad y erotismo, exquisitamente italianizante, que podemos observar en sus sonetos amorosos, hasta esa presencia del desengaño y de la búsqueda de lo trascendente que aparece en esa obra maestra final que es la Carta para Arias Montano. Desde el ímpetu dulcísimo lascivo hasta aquel pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre / y, como si no hubiera acá nacido, estarme allá, cual Eco, replicando, / al dulce son de Dios, del alma oído.

Francisco de Aldana, según nos dice su hermano Cosme, fue siempre contrario a la publicación de sus obras; su idea era, más bien, difundirlas entre el grupo escogido de amigos con quienes compartía anhelos y experiencias comunes. Si a esto añadimos que, una vez más según Cosme de Aldana, se habrían perdido distintas composiciones en la guerra, nos encontramos con un panorama desolador. No obstante, hay sospechas fundadas de que la pérdida de muchas de las obras de Aldana no habría sido casual, sino que el propio autor las habría destruido de forma consciente. Se trataría fundamentalmente de obras de juventud, y el motivo de su destrucción sería la evolución espiritual producida en el soldado español. El hecho cierto es que debemos a Cosme la transmisión de cuantas obras de su hermano consiguió reunir y conservar. Y así, publicó la Primera parte de la producción aldanesca en Milán en 1589, y la Segunda parte en Madrid en el año de 1591. Su labor como editor puede tener muchos defectos, no obstante debemos agradecerle el respeto absoluto que mostró hacia la obra de su hermano, pues según nos confiesa en la Segunda parte, solo un tilde añadir yo nunca he osado / de mis tan rudos versos imperfectos. Tras estas vicisitudes, en total hoy día podemos leer unas noventa composiciones poéticas de Francisco de Aldana, si bien algunas de ellas no están completas y sobre otras existen ciertas dudas acerca de su autoría.

Estróficamente, Aldana utiliza los modelos renacentistas italianos: octavas, tercetos encadenados, sonetos, estancias, verso libre, etc. Aunque también usa versos cortos de origen español, entre los que sobresale la quintilla. Por lo demás, aparte de los poemas breves, el poeta soldado se mueve magistralmente en el género de la epístola o en el de las canciones.

Temáticamente, ALDANA es un poeta polifacético. Frente a la poesía garcilasiana, mucho más reducida en cuanto a los asuntos que trata, la obra aldanesca es más variada y rica. En efecto, en la breve producción de nuestro poeta hallaremos poesía amorosa, poesía de carácter heroico-militar, poesía grave y metafísica y, finalmente, poesía hondamente religiosa. Quedan al margen poemas sueltos de variada temática, como los mitológicos o los de circunstancias.

Observando su obra desde una perspectiva general, la producción poética de Aldana que ha llegado hasta nosotros es la siguiente: cuarenta y cinco sonetos de asunto muy variado: amorosos, existenciales, de tema religioso, de circunstancias, etc. Es autor también Aldana de seis epístolas, tres de las cuales están escritas en tercetos (entre las que destacan los Tercetos escritos a un amigo y la Epístola a Arias Montano) y otras tres en verso suelto. Escribió también cartas poéticas a su hermano Cosme, a Bernardino de Mendoza, miembro importante de la corte del Duque de Alba en Bruselas y a un personaje no identificado al que da el nombre de Galiano. Dependiendo del destinatario, las epístolas pueden ser llanas y familiares o serias y reflexivas. Lógicamente, en las primeras el poeta deja entrever más su intimidad y afectos personales.

Compuso, así mismo, doce poemas completos -aparte de los que nos han llegado fragmentariamente- en octavas. Entre ellos podemos señalar algunos textos largos de contenido religioso, como el Parto de la Virgen, o El juicio final, pleno de imágenes tremendamente expresivas y realistas.

Las Octavas a lo pastoral, compuestas con ocasión de la boda de su hermano, por el contrario, tienen un tono festivo y están llenas de referencias suavemente irónicas a los recién casados, al propio poeta y, en general, a toda la raíz de los Aldana.

En octavas, así mismo, están escritos dos poemas muy importantes para entender la mentalidad política y la ideología de Francisco de Aldana. Se trata de las dos composiciones dirigidas a Felipe II y a don Juan de Austria. Finalmente, hay que reseñar el poema titulado Sobre el bien de la vida retirada que, aunque compuesto todavía en Italia, está ya presagiando lo que será la poesía más honda y personal de nuestro poeta. Hay que señalar, por cierto, que Aldana es uno de los autores renacentistas que con más soltura utiliza la octava que, al configurar poemas sin extensión determinada, permite estructurar el texto con absoluta libertad.

Completando esta visión general de la poesía de Aldana, digamos que es, así mismo, autor de dos canciones completas (y de otras dos de las que sólo se han transmitido fragmentos) de tema religioso: A la soledad de Nuestra Señora la Madre de Dios y la Canción a Cristo crucificado, extraño poema que, desde nuestra perspectiva actual, raya en lo irreverente aunque, conociendo las profundas creencias religiosas del poeta y soldado, es seguro que tiene un hondo contenido espiritual. Escribió, además, una larguísima Fábula relatando el mito de Faetonte. Cierran la nómina de la producción de Aldana siete coplas castellanas, todas ellas incompletas, que entroncan con la poesía de los cancioneros y que carecen de mayor interés. El metro utilizado es el octosílabo en distintas combinaciones: quintillas y redondillas fundamentalmente. La más interesante de todas es el Diálogo entre cabeza y pie. Dadas las dificultades de transmisión de la obra de Aldana, han llegado hasta nosotros bastantes obras muy fragmentadas que nos hacen sospechar que la producción del poeta debió ser mucho más amplia y extensa.


FOTOS DE Francisco de Aldana:


  


 

 

OBRAS DE Francisco de Aldana:

  Sonetos

• Al cielo
• Alma Venus gentil, que al tierno arquero
• ¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
• Cuál nunca osó mortal tan alto el vuelo
• El ímpetu cruel de mi destino
• Es tanto el bien que derramó en mi seno
• Galanio, tú sabrás que esotro día
• Hase movido, dama, una pasión
• Mil veces callo que romper deseo
• Mil veces digo, entre los brazos puesto
• Otro aquí no se ve que, frente a frente
• Por un bofetón dado a una dama
• Reconocimiento de la vanidad del mundo

  Otros poemas

• Carta para Arias Montano (también conocida como Epístola a Arias Montano)
• Pocos tercetos escritos a un amigo.

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