Francisco Ibañez

Francisco IbañezFrancisco Ibáñez Talavera nació el 15 de marzo de 1936 en Barcelona y fue uno de los dos hijos de un alicantino -de profesión contable- y una ama de casa andaluza. Dibujante casi desde la cuna, recuerda que, con tres años, “cogí el periódico de mi padre y en una esquina dibuje una ratita. Le gustó tanto que lo guardó en su cartera y, cuando murió, apareció aquel dibujo”. Pese a las estrecheces económicas que marcaron su infancia, Paquito fue a la escuela. Los libros no le entusiasmaban tanto como dibujar todo lo que veía. Aquel don para hacer “garabatos” era la envidia de sus compañeros. Con 5 años, envió un dibujo a la revista “Chicos”, que se publicó en la sección de las colaboraciones de los lectores. Desde pequeño, ha sido un enamorado de las películas de Jaimito, Charlot, Buster Keaton, El gordo y el flaco y Harold Lloyd. En esos años, devoraba todo tipo de cómic que cayera en sus manos y sentía veneración por los dibujos que publicaban en la revista “Pulgarcito”.

Tras acabar el bachillerato, se matriculó en Peritaje Mercantil. Tenía muy claro que su primer deber era llevar dinero a casa y que las historietas quedaban en un segundo término. Asi fue como se convirtió en un historietista autodidacta: aprendió mirando e imitando “a los grandes de entonces: Cifré, Peñarroya, Escobar, Conti... De uno copiaba las figuras; de otro, los fondos; de otro el desarrollo de la historieta... Pienso que me fui quedando con lo mejor de cada uno hasta crear mi propio estilo”. En 1950, entró de botones en el Banco Español de Crédito con un sueldo de 146 pesetas mensuales. Al poco, ascendió de puesto y empezó a ocuparse de cuentas corrientes, créditos e hipotecas, tareas tan aburridas para él que las soportaba dibujando a escondidas. , “A veces notaba unos golpecitos en el hombro y oía la voz del apoderado que decía: Ibáñez, ¿otra vez?”. En 1957, desoyendo los consejos de sus padres que le recomendaban tener un empleo estable, Ibáñez dejó el banco. “Fue una alegría mutua. Para mí porque me había sacado de encima unos muermos y, para ellos, porque por fin se libraban de un pintamonas”, aseguró en una entrevista. Gracias a Manuel Vázquez, el genial creador del agente Anacleto y las Hermanas Gilda, publicó su primera historieta en el cómic “El Barbas”, para después empezar a colaborar en las revistas “La Risa”, “Álex”, o “El Chicolino”, donde los editores pusieron en sus manos personajes entonces tan populares como Don Usura, la familia Repollino, Cartapacio y Seguidilla, Nicomedes Camueso, Kokolo o Melenas.

Un año después fichó por la editorial Bruguera y le encargaron un nuevo personaje. “En esos casos se suele decir que hubo mucho sacrificio, muchas noches sin dormir, cientos de páginas llenas de borrones, pero no fue así. En cinco minutos ya tenía listos e mis dos nuevos personajes”, diría años más tarde. Así fue como, el 20 de enero de 1958, nacieron para “Pulgarcito” los detectives Mortadelo y Filemón, que acaban de cumplir 50 años de existencia. En su primera etapa, eran unos personajes distintos a los actuales. Aún no habían entrado en la “poderosa” T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea) y trabajaban por su cuenta en un despachito donde colgaba el cartel “Mortadelo y Filemón, agencia de información”. Filemón Pi vestía chaqueta, pajarita y sombrero de felpa y fumaba en pipa, a lo Sherlock Holmes, mientras que Mortadelo llevaba levita negra, bombín y paraguas. Los nombres eran un reflejo de los racionamientos de la España de postguerra ya que remitían al lector a una sabrosa mortadela o a un jugoso filetón de ternera. Constreñidos por la férrea censura de la época, este dúo de detectives incompetentes eran un puro divertimento infantil donde lo importante, para su autor, era encadenar un “gag” detrás de otro. Gustaron tanto que, con un estilo más a lo James Bond (con la incorporación del Superintendente Vicente y la señorita Ofelia), se convirtieron en los personajes más populares del tebeo español, hasta el punto de que varias generaciones aprendieron a leer y crecieron riéndose con ellos.

Convertido en un “currante” de la historieta, Ibáñez trabajaba como un poseso, con larguísimas jornadas laborales, casi sin dormir encerrado de lunes a domingo en su habitación de trabajo (la llama”la cámara de las torturas”), pertrechado de “un tablero, un lápiz, una goma para borrar que uso lo mínimo y un rotulador para pasar a tinta”. Entre dibujo y dibujo tuvo tiempo para casarse y ser padre de dos hijas que ya le han hecho feliz abuelo. Su obsesión por el trabajo (es capaz de levantarse en mitad de la noche si se le ocurre una historieta para apuntar la idea o interrumpir la comida si le llega la inspiración) no le ha hecho descuidar la vida familiar aunque, con la ironía que le caracteriza, reconoce que “si hay un matrimonio bien avenido es el de mis nalgas y el taburete, ya que en cincuenta años no han tenido ninguna pelea”. La década de los 60 fue la más productiva de su vida, ya que además de seguir plasmando las disparatadas aventuras de los dos detectives merluzos, creó otros personajes e historias como “La familia Trapisonda, un grupito que es la monda”; “13, rue del Percebe” y “Godofredo y Pascualino viven del deporte fino”; “El botones Sacarino” (inspirado en su tiempo en el banco),”Rompetechos” (su personaje preferido), “El doctor Esparadrapo y su ayudante Gazapo”; “El sheriff de Porra City”; “Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio” (entrañables para él porque es un gran aficionado al bricolage), “Doña Pura y doña Pera, vecinas de la escalera” o “Rebolling Street” que, aparecido en 1987, es su última creación hasta el momento.

En 1969, con la aventura “El sulfato atómico”, Ibáñez elevó la calidad de sus páginas al nivel de publicaciones europeas de primera línea, convirtiéndose en uno de los primeros dibujantes españoles cuyas historietas se han traducido y vendido en el resto del mundo. Tras la muerte de Franco, en 1975, y la desaparición de la censura, sus historietas pudieron ir incorporando personajes famosos y elementos de actualidad.

En 1995 se llevó a la pantalla una serie de dibujos animados sobre los dos detectives desastre y, en el 2000, se estrenó la serie “El botones Sacarino”. Al año siguiente, Correos emitió sellos con la imagen de Rompetechos y Francisco Ibáñez recibió la Medalla de Oro al mérito de las Bellas Artes.

En el 2003, el cómic pasó a la pantalla grande con “La gran aventura de Mortadelo y Filemón”, interpretada por Pepe Viyuela y Benito Pocino. La película, dirigida por Javier Fesser, ganó cinco Goyas. Su éxito fue tan grande que se realizó la segunda parte,”Mortadelo y Filemón. Misión: salvar la tierra”, con Edu Soto y Pepe Viyuela encarnando a los dos agentes turulatos.También en el 2003, se estrenó la serie televisiva “Aquí no hay quien viva”, con claro parecido a “13, rue del Percebe”. Asimismo, había semejanzas más que razonables entre “Manos a la obra” y “Pepe Gotera y Otilio”.

Hasta la fecha, en que sigue trabajando, Ibáñez calcula que ha hecho “entre 40.000 y 50.000” páginas de todas sus criaturas, lo que no le ha servido para hacerse millonario “ya que durante muchos años fui un obrero a precio fijo, una diminuta piececita que pertenecía a una maquinaría que sólo hacía que producir y producir. Menos mal que no soy ambicioso ni me gustan los palacios o las grandes comilonas”. Aficionado al dominó y poco entusiasta del deporte, este hombre alopécico, miope, locuaz, ingenioso y vitalista lamenta no haber tenido tiempo para viajar y asegura que su mayor virtud es la constancia y su defecto, el perfeccionismo, “que es muy malo para la salud”. No está dispuesto a dejar de trabajar “por nada del mundo”, y no le importaría, que una vez muerto, otros siguieran con sus historietas. Entre las anécdotas que cuenta dice que, una vez, durante la Transición, le llamó un partido político para que hiciera una presentación por radio. Reconoce que su ego se iba hinchando e hinchando... hasta que le dijeron: “¡Ah, y no se olvide la guitarra¡”. Le habían confundido con el cantautor Paco Ibáñez.



VÍDEOS DE Francisco Ibañez
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Fotos de Francisco Ibañez:



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