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Juan Gutierrez de la Concha



BIOGRAFÍA DE Juan Gutierrez de la Concha:

Nombre real: Juan Gutierrez de la Concha
Profesión: Militar
Cumpleaños: 3 de octubre del año de 1760
Lugar de Nacimiento: Eslas, provincia de Santander



Nació en Eslas, provincia de Santander, el día 3 de octubre del año de 1760.

El día quince de septiembre del año de 1775, sentó plaza de guardiamarina, en la compañía del Departamento de Cádiz.

Su primer embarco, siendo guardiamarina lo realizó el día doce de agosto del año de 1776, a bordo del navío San José, que pertenecía a la escuadra del marqués de Casa-Tilly, que navegó en conserva, protegiendo al convoy que transportaba al ejército del general Cevallos, hacía las costas del Brasil, para reconquistar las colonias ocupadas por los portugueses.

Participando en esta expedición y en los combates que dieron por resultado la conquista de la isla de Santa Catalina y de la colonia de Sacramento.

El día veintiocho de febrero del año de 1777, fue ascendido a alférez de fragata. El día cuatro de agosto del año de 1781, se le ascendió a alférez de navío.

En estos cargos de oficial subalterno, estuvo embarcado en varios buques, con los que realizó la campaña del canal de la Mancha, al mando del general don Luis de Córdova.

Participó también en el bloqueo del peñón de Gibraltar.

Al mando de un falucho, de los que estaban en el Apostadero de Algeciras, tomó al abordaje una galeota musulmana, bajo los mismos fuegos que le hacían desde el castillo de Tetuán.

Realizó dos viajes redondos uno a América del Sur y otro a las Antillas, visitando los puertos y apostaderos de San Juan de Puerto Rico, La Habana, Veracruz y Cartagena de Indias.

Participó en la primera expedición contra la plaza de Argel, en el año de 1783y 1784, yendo embarcado en las lanchas cañoneras y obuseras, que efectuaron nueve ataques a la plaza, por sus dotes de mando y valor demostrado en las acciones, su general don Antonio Barceló, lo recomendó para el ascenso.

Fue ascendido a teniente de fragata, el día quince de noviembre del año de 1784.

En aquellos momentos, se establecieron en el Arsenal de Cartagena unos cursos superiores, destinados para todos aquellos oficiales, que más se hubiesen distinguido en los normales de la compañía de guardiamarinas, por lo que se le designo para que los siguiera, siendo decidido por Real Orden del día veintiuno de diciembre del año de 1784.

El profesor que impartía aquellas clases superiores, era el célebre Ceruti, en ellas se aplicaron al estudio de las matemáticas y de la astronomía, celebrándose a continuación certámenes públicos, que eran organizados por el propio departamento, al que asistían oficiales y generales, tanto de la Armada como del Ejército, en los que Concha se distinguió ampliamente.

Se le ascendió a teniente de navío, el día veinte de septiembre del año de 1789.

La fama de científico que estas jornadas le hizo alcanzar, llamó la atención de don Alejandro Malaspina, quien lo eligió para que le acompañara en el célebre viaje, que iba a realizar con la flotilla de corbetas, compuesta de la Descubierta y Atrevida, que estría comprendida entre los años de 1789 a 1793.

Formó parte de la oficialidad de la Atrevida, que iba al mando de su paisano, el capitán de fragata don José Bustamente y Guerra.
La expedición se hizo a la vela desde la bahía de Cádiz, en derrota al puerto de Montevideo, pero pasando por las cercanías de la isla de Irlanda.

Al llegar al Río de la Plata, reconocieron y levantaron su plano, siguiendo a continuación, en derrota de las islas Malvinas y la Patagonia.

Llegaron al cabo de Hornos, el cual doblaron para ascender hasta los puertos y consta de Chile y de la isla de Juan Fernández. Desde ésta, se dirigieron a Valparaíso, luego llegaron a El Callao, le sucedieron en el viaje de exploración Guayaquil y Panamá, hasta que llegaron a Acapulco.

Ya en el año de 1791, continuaron viaje en dirección Norte, en busca del supuesto paso del norte, que se decía había descubierto Ferrer de Maldonado, pero no encontraron tal paso del océano Pacífico al Atlántico, aunque persistieron en el empeño llegando a una latitud hasta entonces casi inédita, pues lo hicieron hasta los 60º 17’ de ella.

Por estar un poco defraudados, pusieron rumbo de regreso a Acapulco. Desde éste puerto, se hicieron a la vela en dirección Oeste, cruzaron casi todo el océano Pacífico, llegando a las islas Marianas, y también la isla de San Bartolomé, las cuales reconocieron y situaron en los mapas correctamente.

Realizada esta labor científica, se dirigieron a las islas Filipinas, llegaron a Manila, se dispuso que en embarcaciones indígenas continuase el trabajo de los levantamientos hidrográficos, de todas las isla y sus ensenadas, que no eran pocas, realizándose las cartas de la isla de Luzón y de las Bisayas, Mindoro, Panay, Negros y Mindanao.

Al terminar estos pesados trabajos, por los insectos y las inclemencias de las temperaturas, calor y lluvias, se dirigieron otra vez a América; en la derrota se encontraron con el archipiélago de Vavao, el cual reconocieron y lo fijaron en las cartas.

Regresaron al puerto de El Callao, donde se dedicaron a perfeccionar lo hecho anteriormente; terminado su trabajo se dirigieron al sur y volvieron a doblar el cabo de Hornos, llegando al puerto de Montevideo, donde Concha desembarcó, por haber sido designado desde España, para marcar los límites de los territorios españoles y los correspondientes al Brasil, en la América meridional.

Estando en esta comisión por espacio de ocho años, entre los cuales fue ascendido a capitán de fragata, el día veinticinco de enero del año de 1794.

En el mes de junio del año de 1802, regresó a España, yendo de viajero en el bergantín Palomo.

Pidió y se le otorgó una licencia, para recuperar su salud, después de tantos años de navegaciones y sufrimientos, si bien con muchos más conocimientos, que al salir de Cádiz.

En el año de 1803,al terminar su licencia, se dirigió por orden a la Corte, llegado le se encomendó la dirección de imprimir la edición del curso de matemáticas de don Gabriel Ciscar, que no llegó a terminar, por haber sido elegido para desempeñar una comisión, cerca de la compañía marítima del Río de la Plata; de la terminación de la edición, quedó encargado el teniente de fragata don Fernando Govantes.

Se hizo a la mar desde la bahía de Cádiz, en la fragata Astrea con derrota a Montevideo.

En el año de 1805, su comisión había sido concluida, pero ya se había declarado la guerra con el Reino Unido, se le nombró como comandante en jefe del apostadero de la ensenada de Barragán, en la orilla sur del estuario del Río de la Plata y más afuera que la ciudad de Buenos Aires.

El treinta y uno de agosto del año de 1806, se le nombró gobernador e intendente de Córdoba de Tucumán.

No pudo tomar posesión de su destino, por el ataque de los británicos contra la ciudad de Buenos Aires, que finalmente conquistaron.

Ya preparadas las fuerzas de mar y tierra, rechazaron un ataque de los buques exploradores enemigos, que estaban al mando del comodoro Howe Popham, que se acercaban a reconocer el fondeadero.

Dándose cuenta los británicos que allí no podían desembarcar, dada la fuerte resistencia, demostrando que el ejército español estaba preparado, prosiguieron su viaje río más arriba; realizaron el desembarco de las fuerzas al mando del general Beresford en Quilmes, desde donde partieron, para iniciar el ataque a la ciudad de Buenos Aires.

Don Santiago de Liniers, estaba al mando de las fuerzas de tierra y mar, en la ensenada de Barragán, acudió a Buenos Aires, pero al llegar la ciudad ya había caído en manos del enemigo, por lo que decidió regresar a su punto de partida.

Ya la capitulación de Buenos Aires realizada, Liniers hizo presente al general británico, que ni él ni sus fuerzas estaban comprendidas en la capitulación, y después en un acto de desprecio del peligro, se dirigió a Buenos Aires, incluso visitó a su familia, salió y se presentó en Montevideo.

En ésta ciudad tomó el mando de las fuerzas, que el brigadier de la amada Huidobro, estaba organizando para proceder al ataque y reconquista de la capital del virreinato.

Concha después de tomar parte en el planteamiento del ataque a Montevideo, se dirigió a la colonia de Sacramento, con las fuerzas de marina que le habían sido encomendadas, al llegar preparo la defensa y espero la llegada del general Liniers, que la efectuaba por tierra.

Las fuerzas navales al mando de Concha estaban compuestas por; seis zumacas y galeotas, éstas estaban armadas con cañones de a 18 y de a 24, una de ellas con obuses del 36, más nueve lanchas cañoneras y ocho de transporte.

El día veintiocho de julio llegó el general don Santiago Liniers a la colonia, con las tropas de su mando, proveniente de Montevideo.

El día veintinueve, hizo su aparición, un bergantín británico, que por el fuego de las piezas de artillería del mando de Concha, fue rechazado con serias averías en la arboladura y en su casco.

El día tres de agosto, salieron las fuerzas de Sacramento, fondeando en los Corrales, teniendo a la vista a la ciudad de Buenos Aires. En el trayecto, se enfrentaron a una corbeta británica, que iba en misión de reconocimiento, ante el fuego de los buques españoles, ésta se dio a vela forzada a la fuga.

Por consideración de Liniers, los buques no podían enfrentarse a los muy superiores del enemigo, por lo que necesitando hombres que reforzaran sus escasa fuerzas y después de consultarlo, con Concha que era el jefe de éstas y su amigo, decidieron que se formara una columna con ellas, quedando sólo a bordo los imprescindibles para poder, poner los buques en movimiento y huir en caso de ser atacados.

Puso Liniers al mando a su subordinado Concha, con las fuerzas desembarcadas, que eran en total trescientos veintiocho hombres, entre marineros e infantes de marina, estando secundado por los tenientes de navío don Juan Ángel Michelena y don Joaquín Ruiz; los tenientes de fragata don Cándido de la Sala y don José Posada; los alféreces de navío don Benito Correa, don Manuel de la Iglesia, don Joaquín de Toledo y don José Miranda, y el alférez de fragata don Francisco Lacoz.

Siendo designado como mayor general del pequeño ejército, otro marino, el teniente de fragata don José de Córdova y Rojas.

Concha, además de ser el jefe de la columna de desembarco procedente de los buques, se le designó como segundo jefe del pequeño ejército.

Las fuerzas desembarcaron con gran orden y prontitud, tanto que en unos veinte minutos, estaban formados y emprendiendo la marcha, atravesando el pueblo de San Isidro, que al ser atravesado por los españoles, los habitantes los vitorearon.

Liniers, dispuso la maniobra de tomar las posiciones más ventajosas, para desencadenar el ataque contra la ciudad, situándolas desde la Chacarita de los Colegiales y los mataderos del Miserere.

Dio la orden de atacar y tras un duro combate, fue conquistado el Retiro, punto muy importante, por estar en él el parque de artillería.

El último baluarte que les quedo a los británicos, era la plaza de la Catedral, en la que éstos habían trabajado para su fortificación y armado con dieciocho cañones.

En el ataque final a ésta posición, Concha se dirigió con todo su esfuerzo por la calle, llamada de la Catedral, pero ya no iban con él todas sus fuerzas de desembarco, pues por la calle de las Torres, atacaba otra columna de éstas al mando del teniente de navío Michelena.

El día doce, cuando ya los españoles iban a dar el asalto final a la plaza, que era el lugar donde se hallaba la ciudadela, último reducto del enemigo, los británicos enarbolaron bandera blanca, rindiéndose a su discreción.

Al terminar la reconquista de Buenos Aires y por sus mérito de guerra, Concha fue ascendido a capitán de navío el día veinticuatro de febrero del año de 1807.

No contentos los británicos con el resultado de esta operación, regresaron con más ímpetu, que en la vez anterior, con la intención de conquistar Buenos Aires y a ser posible, todo el virreinato español, por lo que a principios del año siguiente se volvieron a presentar ante ésta ciudad.

Desembarcó un ejército fuerte, que conquistó Montevideo el día tres de febrero del año de 1807, (aún Concha no era conocedor de su ascenso por la victoria del año anterior, las comunicaciones eran algo lentas), e iniciaron el ataque a la ciudad de Buenos Aires el día veintitrés de junio.

En la defensa que siguió a éste nuevo ataque, Concha era el jefe del cuerpo de reserva, que estaba compuesto por dos divisiones, en la que precisamente se encontraban todas las fuerzas de marinería e infantería de marina.

En la defensa del Retiro, Concha al frente de cuatrocientos de sus hombres, mantuvo un encarnizado combate con los enemigos, pero a pesar de la diferencia de fuerzas, siempre favorable a los británicos, ellos eran tres mil, los mantuvo durante tres horas, sin que éstos pudieran mover la cabeza.

Cuando ya el número fue imponiéndose y los españoles habían perdido a más de la mitad de sus hombres, entre ellos a siete oficiales y el propio Concha haber recibido dos heridas, aún permanecieron aguantando el empuje de los británicos con denuedo, hasta que, por aplastante mayoría fueron hechos prisioneros.

Aún y así, el general en jefe británico Whitelocke, dándose cuenta, que en un solo día había perdido, entre muertos y heridos, a más de cuatro mil hombres, mandó a un emisario a parlamentar con Liniers, pidiéndole la suspensión de las hostilidades, alo que el general español accedió.

En las capitulaciones que se firmaron, se estipulaba la devolución de prisioneros hechos por las dos fuerzas enfrentadas, entre otras cuestiones, por lo que Gutiérrez de la Concha, al igual que varios de sus compañeros fueron puestos en libertad inmediatamente.

Al terminar la confrontación, le fueron reconocidos todos los méritos en ellos conseguidos, pues su defensa del Retiro, había permitido a Liniers, el avanzar sus líneas y poner en grave aprieto a los enemigos, por ello el día dos de diciembre del año de 1807, se le ascendió al grado de brigadier, por méritos de guerra.

Se fue a tomar posesión del cargo de Gobernador de Córdoba de Tucumán, que no lo había podido ocupar, por la primera invasión de los británicos.

Llevaba Concha tres años en el puesto, desempeñándolo con su buen hacer, cuando a mediados del año de 1809, llegó a Córdoba, el ex-virrey don Santiago Liniers, que estaba a la espera de que le llegara su pasaporte para retornar a España.

Al poco tiempo comenzó a desatarse la tormenta de acontecimientos; se recibieron noticias de Buenos Aires, de que había sido destituido el virrey Hidalgo de Cisneros, con la fecha que ha pasado a la historia del día veinticinco de mayo del año de 1810, así como la petición de éste, de que Liniers por su gran ascendente sobre los ciudadanos de aquella capital, regresara y restableciera el orden y la soberanía para España de aquellos territorios.

Para iniciar los trámites, sobre tal propósito, Concha como Gobernador, después de consultar con Liniers, propuso el convocar una junta, para reunir diferentes pareceres, a ésta acudió el deán de Funes, que era un encubierto espía de la Junta Revolucionaría de Buenos Aires, a la que lógicamente, puso al corriente de todo lo que en ella se había tratado, sobre todo del intento de que don Santiago Liniers, pretendía llegar a Buenos Aires, para intentar apaciguar los ánimos, por su gran prestigio, demostrado con su buen hacer y valor.

La sesión de ésta junta fue abierta por Concha, con estas palabras: <<Mi resolución es derramar hasta la última gota de mi sangre por defender al rey don Fernando VII, los derechos de la nación y la autoridad que está a mi cargo>>.

Dada la gravedad de los acontecimientos, se ordenó la concentración de fuerzas militares sobre Córdoba.

Se desconfiaba de las de ésta plaza, pero entre los ciudadanos de la capital se movían muy bien los correligionarios del deán Funes y su hermano.

A tanto llegaba su poder de convicción, que reunidas las nuevas fuerzas en torno a la capital, a los pocos días éstas estaban de parte de la Revolución, con su idea principal; la independencia.

Por las mismas fechas, la Junta de Buenos Aires, envió a Córdoba, a uno de sus más representativos personajes, Mariano Irigoyen, que además era cuñado de Concha, para entrar en conversaciones con el Gobernador, y llevándole unas cartas del presidente Saavedra, en las que se trataba de hacer entrar en razón, tanto a Liniers como a Concha, de que abandonaran sus posiciones de defensa a ultranza del Rey de España; a lo que los dos se negaron rotundamente, pues era traicionar a su patria y a la que le habían prestado juramento de defenderla.

Dado su inusitado valor, Liniers ordenó que sus fuerzas salieran, para enfrentarse a las que desde Buenos Aires, habían enviado para reducirles.

A finales de julio, las tropas de que disponía eran de unos mil hombres, pero en pocos días había quedado reducida a la mitad, aún así pretendió realizar su plan, pero al formar a las tropas para su salida, sólo acudieron los oficiales, que en su mayor parte eran europeos, siendo veintiocho en total.

El ejército, enviado desde Buenos Aires, se estaba aproximando a su posición y estaba al mando de Balcarcer, por lo que había que salir pronto, de la ciudad de Córdoba.

Liniers ordenó que no marcharan todos juntos, pues serian fácil blanco, por lo que se dispersaron en dirección al Alto Perú, donde ya el virrey había sido advertido, con la prevención de reforzar las fronteras entre los virreinatos, en la cordillera andina, incluso se llegó a fortificar algún paso más transitado.

El día doce de agosto, sobre las seis de la tarde, caminaban Liniers y su grupo, por las arenosas márgenes del río Seco, les precedían tres indios montados a caballo, que iban haciendo de guías y exploradores.

Éste grupo estaba compuesto, por el Gobernador Gutiérrez de la Concha, el obispo Rodrigo Antonio de Orellana, el asesor del gobernador Victoriano Rodríguez, el coronel de milicias Santiago Allende, el oficial real, Joaquín Moreno y el presbítero Pedro de Alcántara Giménez, además de don Santiago Liniers; llevaban siete días de marcha, iban muy cansados y hambrientos.

Llegaron a la posta de la Estancia, se pusieron a desensillar los caballos, para que los animales descansasen también, terminado esto cayeron rendidos al suelo con intención de descansar.

De pronto, los indios guías azuzaron sus caballos y desaparecieron, les habían engañado, llevándolos por caminos y veredas, que a ningún sitio llevaban, para que no consiguieran su propósito de pasar la cordillera Andina.

Pasado un rato de desconcierto, por la inesperada huída de los guías, se apercibieron de que en la lejanía se acercaban un numeroso grupo de jinetes.

Era el destacamento, al mando de Barcarcer, que se les venía encima llevando tras de si a cien hombres, eran las fuerzas que enviaba el general Ocampo desde Córdoba de Tucumán, para hacerles prisioneros, pues Córdoba ya estaba ocupada por los independentistas, todos fueron capturados.

Desde el día diecinueve, en que fueron capturados, hasta el día veinticinco, en que llegaron a la posta de Gutiérrez, el viaje se realizo sin tanta dureza. Al anochecer de ese día, el coronel French se hizo cargo de los prisioneros, por orden del Dr. Castelli, que era el delegado de la Junta Revolucionaria.

En el monte de los Papagayos se encontró con Balcarcer, en ese mismo lugar Castelli, le comunicó la fatal sentencia: <<La Junta manda que sean arcabuceados. . .>>.

Fueron excluidos de ésta pena de muerte, los dos sacerdotes; el obispo Orellana y su capellán secretarios, que fueron expatriados.

A las 1400, de éste día, Santiago Liniers, Gutierrez de la Concha y sus compañeros, con gran serenidad y grandeza de ánimo, colocados todos ante el piquete de ejecución, tomó la voz de los que iban a morir con él, diciendo:<<que morían con la satisfacción de haber sido fieles hasta el último instante a su Rey y a la nación española>>.

Ni Liniers ni Concha, permitieron que se les vendasen los ojos; se arrodillaron, dando frente a la tropa.

Liniers se dirigió a los soldados diciendo <<ya estamos>>, sonó la primera descarga, y en ella todos cayeron a tierra.

Fusilado el día veintiséis de agosto del año de 1810 en el Monte de los Papagayos, República de Argentina a los cuarenta y nueve años de edad. Perdiendo España a uno de sus más preclaros marinos.

En una zanja vecina al templo de Cruz Alta, fueron sepultados los cadáveres.

Un fraile de la Merced colocó sobre ella una tosca cruz de madera en la que grabó la palabra CLAMOR, que por su clara visión estaba formada por las iniciales de los que allí yacían, pero ocultando sus nombres, para evitar posteriores profanaciones: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez.

Por esta señal fueron localizados cincuenta y cuatro años después, pudiendo identificarse los restos y ser trasladados a España.

El día veintitrés de octubre de 1863, se dispuso que al regresar el bergantín Gravina del Río de la Plata, se trajeran los restos de los jefes y de todos sus compañeros de infortunio, sacrificados por el odio revolucionario en Buenos Aires, víctimas de su lealtad y patriotismo.

Mandaba el bergantín el capitán de fragata don Domingo Medina, el cual recibió del cónsul de España en el Rosario, tan venerables cenizas, llegando a España el día veinte de mayo de 1864, pasando seguidamente al Arsenal de La Carraca, donde el capitán general del Departamento, conde de Bustillo, las recibió con toda clase de honores, verificándose la solemne traslación al Panteón el día nueve de junio siguiente.

El monumento donde hoy reposan había llegado a Cádiz con anterioridad, en abril de 1864, y se conservó en depósito, hasta que las obras de habilitación del Panteón permitieran instalarlo.

Terminadas aquellas en el año de 1867, fueron enterrados en dicho mausoleo los restos de Liniers y sus compañeros, perpetuándose de tal suerte las virtudes y nombres de tan esclarecidos jefes de la Armada.


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