Marcelino Camacho Abad nació en Osma La Rasa (Soria) el 21 de enero de 1918 en el seno de una familia de obreros ferroviarios: su padre era guardagujas y su madre, guardabarreras. Único hijo varón de cuatro hermanos, a los 9 años vio morir a su madre y, al poco, a una de sus hermanas. Cursó los estudios primarios con el sacerdote Feliciano Oliva Bocos, entonces maestro del pueblo, que le propuso ingresar en el seminario. Pero Marcelino no quería ser cura, sino
“ferroviario como mi padre”, así que, con la amabilidad y corrección que siempre le caracterizaron, declinó la propuesta. Había rechazado el camino de la religión, pero la vida le iba a llevar a otra tarea en la que depositaría toda su fe: la lucha por los derechos de los trabajadores.
A los 16 años ya comenzó a organizar un sindicato y, a los 17, militaba en la UGT. Un año después, en la Guerra Civil, participó junto a su padre y otros ferroviarios ayudando a descarrilar en su pueblo la locomotora 531 para bloquear la comunicación de las tropas franquistas. Como estaba en territorio nacional, Camacho huyó al monte para evitar represalias y en agosto de 1936 llegó a Madrid, donde se ofreció como voluntario en el Ejército republicano, partiendo al poco hacia el frente.
Al finalizar la contienda, regresó a Madrid con un nombre falso y se puso a trabajar en el Mercado Central de Pescado, pero alguien le delató, le detuvieron y, por haber combatido en las filas republicanas, le condenaron a seis años de cárcel por el delito de “ayuda a la rebelión”, En 1941, tras haber recorrido varias cárceles franquistas y haber sufrido una gravísima infección intestinal que le tuvo 42 días en cama con fiebre muy alta, le trasladaron al 93 Batallón Disciplinario de Trabajadores Penados, destinado a realizar obras públicas y de reconstrucción en diversos lugares de España. É1 estuvo en Salamanca, luego en Toledo, después en Madrid (donde sufrió unas fiebres de malta que casi le costaron la vida) y, finalmente, en Tánger. Allí estaba cuando, en diciembre de 1943, se escapó al Marruecos francés y, después, a Argelia, refugiándose en Orán, donde las autoridades francesas le concedieron el asilo político.
Pocos días después empezó a trabajar como fresador metalúrgico y conoció a Josefina Samper, hija de unos emigrantes de Almería. Se hicieron muy buenos amigos hasta que, un día, él le preguntó si tenía novio. Como le contestó que no, Marcelino le respondió: “Pues entonces, ¿nos casamos?”. Tras un año de papeleo y de que su suegra intentara engordar mediante contundentes potajes a su escuálido yerno, la pareja contrajo matrimonio el 22 de diciembre de 1948. La foto del enlace la recibió una de las hermanas de Marcelino en la cárcel de Segovia, en la que cumplía condena por republicana. El matrimonio vivió 11 años en Orán, donde el 9 de octubre de 1949 nació su primera hija, Yenia, y el 26 de mayo de 1952 vino al mundo el segundo, Marcel.
Gracias a un indulto impulsado por el aperturismo franquista tras los durísimos años de autarquía, Camacho regresó a España en 1957. Se instaló con su familia en Madrid y el 23 de septiembre entró a trabajar en la fábrica de motores Perkins Hispania (ahora Motor ibérica). Lo hizo como fresador, pero amplió su cualificación profesional hasta convertirse en ingeniero técnico asimilado. La Perkins fue uno de los embriones del nacimiento de Comisiones Obreras, sindicato comunista del que Camacho tenía, con orgullo, el carnet número 1. Camacho y Julián Ariza, otro de los históricos del sindicato, se presentaron juntos a las elecciones sindicales que, orquestadas por el sindicato vertical franquista, se empezaron a celebrar a partir de 1960. Marcelino estaba convencido de que el sindicalismo de clase sólo progresaría si aprovechaban los resquicios de la dictadura para actuar lo más abiertamente posible.
Hombre sobrio, de firmes convicciones igualitarias, sincero y vital, dedicó todas sus energías a luchar contra un régimen que reprimía y negaba los derechos más elementales. Amante de la lectura y de la conversación, asoció su incesante actividad política y sindical con un modelo de vida basado en la coherencia y la austeridad. Prueba de ello fue que vivió siempre en su modesto piso de Carabanchel, del que sólo salió hace un año porque iba en silla de ruedas y no tenía ascensor.
Inteligente, riguroso con él mismo, pero benevolente con los demás, Camacho tenía una capacidad innata para ser líder y, con humildad, no renegaba de ese carisma que le hizo ser admirado y respetado en todos los ambientes.
La lucha por los derechos de los trabajadores le trajo muchos problemas con la Policía, pero no volvió a la prisión hasta 1966, tras entregar en el Ministerio de Trabajo el manifiesto “Ante el futuro del sindicalismo”, resumen ideológico de CCOO. Salió pronto, pero volvió a la cárcel al año siguiente, cuando el Tribunal de Orden Publico (TOP) lo juzgó por militar en CCOO.
En prisión, Marcelino estudiaba, debatía y ayudaba a compañeros con menos experiencia en la lucha. Su mujer, que siempre fue su apoyo más firme, le enviaba los jerséis de cuello alto que ella misma tricotaba. Apodados “marcelinos”, llegaron a ser seña de identidad de este sindicalista que no volvió a pisar la calle hasta marzo de 1972. “Ni nos domaron, ni nos doblegaran, ni nos van a domesticar”, clamó al salir, en la que es su frase mas célebre. Tres meses después, él y otros nueve dirigentes de CCOO fueron juzgados en el “Proceso 1001”, en el que se les condenó -el mismo día del atentado en el que murió Carrero Blanco, delfín de Franco- a 162 años de prisión.
La muerte del dictador y la posterior amnistía le devolvieron la libertad en 1975. Con la democracia, CCOO salió de la clandestinidad y Marcelino fue su primer secretario general. A1 poco, en 1977, fue elegido diputado de las Cortes constituyentes por el PCE, partido en el que militaba, repitiendo escaño en 1979. En 1985, las CCOO de Camacho se atrevieron a convocar la primera huelga general de la democracia, por la reforma de las pensiones, contra el Gobierno socialista de Felipe González. Dos años después, dejó el liderazgo del sindicato en manos de Antonio Gutiérrez y fue nombrado presidente de honor, cargo que perdió tras alinearse con el sector cercano al PCE en las disputas internas que hubo en el sindicato tras su marcha.
Querido por todos los afiliados y por la mayoría de la clase política española, la salud de Marcelino ya estaba muy deteriorada cuando, en diciembre del 2008, recibió un gran homenaje del sindicato al que se sintió unido de por vida. Fallecido en Madrid el 29 de octubre, Camacho recibió honores de Estado en su despedida. “Fue una figura histórica en la Transición, en la defensa de los trabajadores y los derechos sociales”, dijo el príncipe Felipe cuando acudió a la capilla ardiente. Pero, además, fue un hombre bueno y valiente. Todo un referente.
VÍDEOS DE Marcelino Camacho
A continuación podemos ver un vídeo de Marcelino Camacho :