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Vittorio Alfieri



BIOGRAFÍA DE Vittorio Alfieri:

Nombre real: Vittorio Alfieri
Profesion: Poeta y dramaturgo.
Nacimiento: 1921.
Lugar de Nacimiento: Tarija, Bolivia


(Poeta dramático italiano, a quien se debe la reforma y creación del teatro trágico italiano, en el s. XVIII.
Biografía. N. en Asti, en el Piamonte, el 16 en. 1749. Tras lo que él mismo llamó «nueve años de vegetación» pasó otros «ocho años de ineducación» (1758-66) en la Academia militar de Turín, hasta ser nombrado alférez. Siguieron después unos «diez años de viajes y disoluciones», más por encontrarse a sí mismo que por curiosidad intelectual. Viajó por Francia, Inglaterra, Holanda, Austria, España, Portugal, Alemania, Escandinavia y Rusia. A su regreso se estableció en Turín con lujo, dedicado a la vida galante y a la literatura. En 1778, para ser libre de estar fuera del reino de Cerdeña, se «despiamontiza», legando a su hermana su patrimonio inmobiliario.

Estaba por entonces en su «segundo viaje literario en Toscana», pues pretendía rehacer su cultura y su lengua. Siguiendo a Luisa Stolberg, separada de su marido, pasó a Alsacia y después marchó con ella a París, donde se hizo una edición de sus tragedias. Cuando estalló la Revolución, el cantor de la libertad se sintió en un principio identificado con la misma y celebró la caída de la Bastilla en una oda, Parigi sbastigliato (París desbastillado); pero su casa fue saqueada y el aristocrático A. abandonó Francia en 1792 y hasta escribió una obra contra los franceses, el Misogallo, por la llegada de éstos a Italia. Pasó sus últimos años en soledad, dedicado al estudio y ajeno a la nueva realidad histórica, hasta que la muerte le sorprendió casi de improviso el 8 oct. 1803 en Florencia, a los 54 años de edad.

Personalidad alfieriana. A. nos dejó una interpretación de sí mismo, tanto a través de su epistolario como sobre todo gracias a su propia Vita, que divide en cuatro épocas: niñez, adolescencia, juventud y virilidad; abarca hasta el mes de mayo del año de su muerte. La Vita es un documento muy interesante para la comprensión de la personalidad alfieriana. En todo instante se pone de manifiesto el temperamento violento y arbitrario del autor; en sus viajes, p. ej., no se deben buscar impresiones ante pueblos o monumentos, sino su personal comportamiento. Del mismo modo, la lengua se adapta a su peculiar visión de las cosas y no vacila en inventar o hacer nuevas derivaciones de palabras.

A lo largo de su vida, A. escribió más de 300 composiciones líricas, con predominio de sonetos. Con él se impone un nuevo sentido de la forma poética. Más que a la tradición inmediata anterior de poesía arcádica y evasiva, que había caracterizado la primera mitad del siglo, A. vuelve una vez más en la historia de la lírica italiana su atención a Petrarca, por hacer de sí mismo principal protagonista, por excavar en su interior y expresarse por medio de unas formas definidas, pero sin la ascética melancolía del poeta trecentista. Sus temas preferidos son el amor por la Stolberg, los motivos y hasta los retratos autobiográficos, los paisajes solitarios y profundos, las reflexiones de carácter político. Aunque hay ecos, ritmos y citas petrarquistas, todo es ahora más violento y brusco, más hiriente, como la propia melancolía, que en él se hace, según propia confesión, inseparable de la ira. Y también sus versos tienen musicalmente dureza y brusquedad.

Tragedias. Hasta A. no existía un teatro trágico verdaderamente italiano. Los intentos anteriores habían pretendido restaurar la tragedia clásica, con sus unidades y coros y elementos sobrenaturales, o seguir el tipo francés, que prescindió de la intervención sobrenatural, del coro y de las atrocidades, utilizando en la forma el alejandrino. Técnicamente las tragedias de A. tienen cinco actos, se sujetan a las unidades clásicas, emplea en ellas el endecasílabo suelto muy variado y fragmentado en los parlamentos, prescinde de los confidentes, concentra el conflicto en dos o tres personajes, y suele empezar con un monólogo, cuando ya la acción está en su punto culminante y la catástrofe es inminente.

De ahí deriva cierta sequedad constructiva y hasta la monotonía del planteamiento, centrado fundamentalmente en el choque entre dos voluntades o en el conflicto entre tiranía y libertad. No hay episodios accesorios o escenas distensivas ni evolución psicológica. No hacen falta acotaciones, porque el gesto mismo está confiado a la palabra. Todo se dirige linealmente hacia la catástrofe, con la rapidez que permite el tratamiento de las pasiones. Son 19 las tragedias recogidas por el propio autor en forma definitiva, cuyos argumentos están tomados, salvo el caso del Saúl bíblico, de la historia o cultura griega (Polinice, Antìgone, Agaménnone, Oreste, Mirra), de la romana (Virginia, Ottavia, Bruto primo, Bruto secondo), o de hechos y personajes de la historia moderna (Filippo, Maria Stuarda, Don Garzia).

El tema político, o sea, el grupo de tragedias que él mismo llamó de la libertad, es cuantitativamente preponderante; no comprende, sin embargo, las que son tenidas por sus mejores tragedias, es decir, Filippo, Mirra y Saúl. Filippo, inspirada en la novela del abad de Saint-Real, es su primera tragedia, que tardó mucho tiempo en elaborar; más que como tirano político, Felipe II se muestra en su tenebrosa grandeza solitaria, dominado por el odio y los celos, mientras las víctimas son el príncipe D. Carlos y la reina Isabel, delicada figura femenina que se desgarra en íntimo combate entre el deber y su amor al príncipe; las referencias ambientales e históricas son completamente vagas y convencionales, pero la obra es anterior a las de sus contemporáneos sobre la misma leyenda, el D. Carlos de Schiller (v.) y El panteón del Escorial de Quintana (v.).

El Saúl, su obra maestra, está inspirado en la lectura directa de la Biblia y en ella el personaje central lo domina todo, con su titánica rebelión, sus esfuerzos desesperados, sus celos injustificados hacia David, su ansia de poder junto a su sentimiento de víctima, que hacen de él una figura de dimensiones heroicas en su angustiada soledad y en la locura que le lleva al suicidio. Mirra tiene su punto de partida en las Metamorfosis de Ovidio, pero en vez de presentar a la protagonista como la tradicional figura despreciable arrastrada por el amor incestuoso a su padre, hace de ella una criatura mortificada, víctima de una pasión que le repugna, como consecuencia de una venganza de la diosa Venus; la solución, una vez más, será el suicidio, la muerte como liberación, si bien ésta llega cuando, pese a sus esfuerzos por morir inocente, ya es conocido su terrible pecado y se siente impía.

Otras obras. Las tragedias representan el núcleo central de la producción alfieriana y le definen íntegramente, pero su actividad literaria fue mucho más variada. Escribió tratados políticos indispensables para su valoración ideológica, entre los que sobresalen Della tirannide (1777) y Del principe e delle lettere (1786). Analiza en el primero la esencia de la tiranía, considerada como el gobierno de uno solo, frente a la cual el hombre libre debe mantenerse solitario, pudiendo llegar al tiranicidio. En el segundo declara la incompatibilidad del príncipe o tirano con la misión del poeta, que no debe dejarse proteger sino ser exaltador de la libertad. Entre otros escritos de A. hay que recordar las Satire, escritas en tercetos como L'Educazione e I Viaggi, las seis comedias de argumento político y moral, entre las que sobresale La finestrina (la alegórica ventana para ver en el interior del pecho humano); una mezcla de tragedia y melodrama, Abete, que él llamó «tramelogedia»; y esa extraña obra en prosa y verso que tituló Misogallo, donde manifiesta no sólo su odio contra Francia y la Revolución (la tiranía de uno sustituida por la tiranía de la plebe), sino su sueño de una Italia futura, realizadora del ideal de libertad.

Autor protorromántico. Para situar literariamente a A., entre su educación clasicista e ilustrada y su concepción titánica de la vida y de sus personajes, se suele acudir a la afortunada calificación de Croce que le consideró «protorromántico». Es una denominación exclusiva y aislada, que cuadra perfectamente con su rebelde temperamento. Su contemporáneo Parini (v.), en una de sus odas, Il dono, le había llamado «odiator dei tiranni», pues en él se vio fundamentalmente, durante mucho tiempo, al poeta esencialmente político, con olvido de otras facetas. También fue así visto en España, hasta el punto de que el «alfierismo» teatral español ha sabido ir ligado a la situación política; por eso en 1812 se representó en Cádiz, con el significativo título de Roma libre, el Bruto primo.

En el siglo pasado se tradujeron nueve obras entre 1806 y 1857, pero es anterior el arreglo, por F. Sánchez Barbero, del Saúl (1805), extraña mezcla de formas metastasianas y espíritu alfieriano. Si la fortuna de A. en España pertenece casi de lleno al s. XIX, y es, por tanto, posterior a la muerte del poeta, y más en su ideología que en su técnica dramática, sin embargo, fue ya juzgado y criticado en el mismo s. XVIII por el P. Arteaga, el P. Andrés y L. F. de Moratín. Su posible influjo ha sido señalado en autores como Cienfuegos, Quintana, Martínez de la Rosa, el Duque de Rivas, etc. Del Filippo no llegó a editarse ninguna traducción; el Saúl no fue traducido; aunque sí imitado; la traducción de la Mirra, en cambio, se debe a Manuel de Cabanyes.
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